viernes, 4 de octubre de 2013

La Ira Nos Esclaviza


“Si no perdonas, no puedes olvidar. Si no olvidas, no vives en paz y sin paz, tu amor no fluye”.
El rencor no solucionaba la situación, lo único que hace es incrementar el dolor. Eso no es perdonar.

A veces no es posible olvidar, pero sí que podemos lograr que ya no nos afecte lo que ocurrió. El problema surge cuando consideramos lo ocurrido como inaceptable, entonces somos incapaces de perdonar. Podemos considerar inaceptables ciertas situaciones vividas que se dan porque se han traicionado unos acuerdos, unos principios, no se han cumplido nuestras expectativas o no se han respetado ciertos valores. Sea cual sea la razón de lo “inaceptable”, podemos aferrarnos a ella y quedarnos clavados ahí.
Por mucho que no estemos de acuerdo con lo ocurrido, tenemos que aceptar los hechos. Aceptar no significa estar de acuerdo.
En el mundo hay mucha rabia en contra de las injusticias. La rabia no soluciona las injusticias, sino que crea más dolor e incluso más injusticias.

Cuando alguien nos ha defraudado, herido o traicionado, sentimos que tenemos que hacérselo pagar. Creemos que así haremos justicia. Consideramos inaceptable lo que ha hecho y esa rabia nos mantiene atados a la situación y a la persona que nos ofendió.
En vez de perdonarla y soltarla, nos atamos más a ella, nutriendo el resentimiento.

Y al hacerlo, somos injustos con nosotros mismos: nos mantenemos en el infierno de nuestro fuego interior.
El odio afecta a nuestra salud, envenena” nuestro corazón, mata nuestra paz interior, nos seca de amor y felicidad.
El odio es una emoción “incendiaria”, destruye la concentración y mata la capacidad de actuar con dignidad y excelencia.
Unas sabias palabras dicen:
“¿Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona”.

“Una persona resentida se intoxica a sí misma”
(Maz Scheler, filósofo)

Toda experiencia vivida, aunque usted no quisiera experimentarla y ni siquiera la buscara, la sintió porque se permitió vivirla. Muchas veces, el problema está en no saber poner los límites cuando nos entregamos a las experiencias.
Cuando salen mal, buscamos culpables, y aunque los encontremos y les perdonemos, eso no nos alivia del todo hasta que nos perdonemos a nosotros mismos.
Se trata de perdonarse a sí mismo por haberse permitido entrar en esa experiencia.

Si estamos resentidos, la vía de salida pasa por aceptar y perdonar. Aceptar lo que ha ocurrido. Lo cual puede implicar aceptar la pérdida, aceptar que le engañaron, aceptar su error y/o el del otro, aceptar que le hirieron o aceptar que mataron a un ser querido.

Perdonarse y perdonar abrirá las vías para sanar el corazón dolido.

Para conseguirlo debemos recuperar la soberanía sobre nuestra mente y nuestros pensamientos.
Algunas personas creen que perdonar es un acto de debilidad. Sin embargo, es todo lo contrario; perdonar muestra que nos hacemos dueños de nuestro bienestar y dejamos de ser víctimas del otro.
Perdonar nos permite recuperar nuestro poder interior. Sin ese dominio, nuestra mente irá una y otra vez hacia ese lugar de sufrimiento, repetirá el ¿por qué a mí? ¿Cómo se atrevió? Los pensamientos serán como un martilleo constante, y no controlará los sentimientos de rabia, frustración y tristeza

Debemos cambiar la perspectiva y concienciarnos de que lo que pensamos al respecto de lo ocurrido es lo que alimenta nuestro malestar. Para lograrlo nos ayudará ser conscientes de que quien nos ha hecho daño es también un ser humano con sus debilidades y que, por la razón que sea, se ha comportado injustamente víctima de su ignorancia, sus creencias, sus neuras, sus impulsos o su propia rabia. La rabia no se vence con más rabia. Cada persona tiene un valor intrínseco por lo que es, no tanto por lo que ha hecho. No permitamos que nuestro resentimiento nos nuble la visión global.
Para llegar a perdonar plenamente debe ser consciente de lo que lleva dentro

Darse cuenta de lo que le está pasando es la base para iniciar cualquier cambio positivo.
Cuando sienta rechazo, inseguridad, vergüenza, envidia, rabia, miedo, desaprobación, permítase aceptar lo que siente y afrontarlo.
Perdone y suelte. Mire hacia delante. Cuando se libere de esos sentimientos, vivirá en paz interior.
Dejará de martirizarse y asumirá la responsabilidad. Al asumirla permitirá que todo su potencial permanezca despierto.
“Para soltar el pasado debemos estar dispuestos a perdonar”
(Louise L. Hay)

Para salir de este estado, debemos impedir que nuestros recuerdos nos invadan. Debemos ponerlos en su sitio: en el pasado. El pasado ya se fue y ahora lo que tiene es este momento presente.
Perdonar nos ayuda a decir: lo que fue ya pasó. Ya no es. Ya no está, excepto en su propia mente. Practique el lema: “Lo que ha sucedido ya es pasado”. No necesita pensar en ello tantas veces. No permita que su mente lo reviva. Valore su tiempo.
Valore su creación: los pensamientos. Es necesario darse cuenta de que cuando proyectamos en los demás y les culpamos de nuestra ira, nos permitimos ser esclavos y víctimas de ellos.
Aferrarse es nocivo. El aceptar nos libera. Para conseguirlo se requiere del poder mental que permite detener los pensamientos repetitivos que provocan malestar. Con afirmaciones puede fortalecer su mente.

Louise Hay sugiere esta:
“Te perdono por no ser de la forma que yo quería que fueras.
Te perdono y te libero”.

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