miércoles, 19 de diciembre de 2012


Los golpes que recibe nuestra alma son más fuertes, más complejos, más problemáticos y más permanentes que los golpes del cuerpo. 
El diario vivir nos enfrenta con frustraciones súbitas, con desastres azarosos, con pérdidas inesperadas. 
El resultado es la frustración, la angustia, la agonía y el dolor.
Si ante estos golpes endurecemos el corazón, nos ponemos rígidos y obstinadamente decimos que con nuestra propia fuerza saldremos adelante, corremos el peligro de hacernos pedazos. 
En cambio, si nos ablandamos en humildad, enterramos nuestra obstinación y sacrificamos nuestro orgullo, podremos rebotar de lo que sería un desastre. 
Solos no podemos resistir los golpes de la vida, pero si nos humillamos ante Dios, Él nos dará su mano de ayuda.

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