martes, 17 de diciembre de 2013

Cada uno de nosotros miramos el mundo de una manera, con un punto de vista

 Vemos determinadas cosas, y otras no las vemos. Nos enganchamos con determinadas personas, actitudes, comportamientos, palabras, emociones; y otras ni siquiera las percibimos.

Ese punto de vista se forma a medida que vamos creciendo, con lo que nos dicen los demás y con nuestras experiencias vitales.
Es un filtro de la realidad y, al mismo tiempo, lo que nos permite experimentarla. Por esa razón vemos una parte, nunca la totalidad.

Para ver la totalidad, tendríamos que hablar y colaborar con la mayor parte de las personas que pudiéramos, y aun así, seguiríamos teniendo acceso a una parte de la realidad. Es en esto último, en lo que se sustenta una de las ventajas fundamentales del trabajo en equipo y de la colaboración y el consenso.

Entonces, con lo dicho, preguntarán ¿y ya está?, ¿para eso un artículo que se titula “El punto de vista propio”? Sí.
Porque el punto de vista propio es otra cosa. Es un punto de vista que se trabaja, para ampliar el punto de vista adquirido, que es lo que he expuesto en las líneas precedentes. Entre uno y otro, hay una diferencia fundamental: la crítica, el poner en cuestión lo que veo y cómo lo veo; lo que escucho y cómo lo escucho; y, lo que hago y cómo lo hago.

Es decir, para pasar de un punto de vista adquirido a un punto de vista propio, tengo que trabajar la forma en la que veo, la forma en la que escucho y la forma en la que hago las cosas. De esa manera trabajo, por extensión, la forma de lo que veo, de lo que escucho, y la forma en que los demás hacen las cosas.

Y preguntarán, ¿y para qué necesito pasar de uno a otro? ¿No es suficiente el punto de vista adquirido? ¿Para qué necesito el punto de vista propio? No es necesario y, sin embargo, sí es recomendable. Recomendable para todo aquel que quiera ganar libertad individual, autodependencia, como lo llama Jorge Bucay.

Y sobre todo, para aquel que quiera ser más feliz.

¿Por qué? Porque el punto de vista adquirido no deja de ser una serie de estrategias que hemos desarrollado desde que somos muy pequeños, en un afán por defendernos de lo que nos hace daño y, sobre todo, para que los demás nos quieran y nos acepten.
Tienen un peso fundamental las “normas” que nos enseñaron nuestros padres, nuestros educadores, nuestra gente cercana, y tienen un peso también fundamental nuestros miedos y nuestros deseos.

Y aunque nada está dejado al azar en ese punto de vista adquirido, tampoco nada está accesible y manejable para nosotros. Es automático. Muchas veces, ese automatismo nos hace dejar de ver, nos hace dejar de escuchar, y nos hace dejar de hacer cosas que podrían ser buenísimas para nosotros.
Trabajando el punto de vista propio, lo que conseguimos es tener la llave de ese automatismo para elegir, para dibujar mejores caminos para nosotros mismos y para ser más compasivos con los demás y con nosotros.

¿Qué significa ser compasivo con los demás y con nosotros mismos?
Entender que lo que nos dice otro, o lo que hace, depende de su propio automatismo, y que dice mucho de él o de ella, y nada de nosotros.
Y eso, les aseguro, es una gran liberación.

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