martes, 17 de diciembre de 2013

No sabemos cómo las cosas son.

No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos. Si cambiamos la percepción de nuestros problemas, encontraremos respuestas más idóneas a ellos.

Las preguntas que nos formulamos tienen el enorme valor de promover nuevas oportunidades en nuestra vida. La búsqueda de respuesta nos obliga a dar saltos enormes en la comprensión de nuestras circunstancias, nos enfrenta a nuevos retos y nos impulsa a tomar decisiones que modificarán nuestro futuro.

Aunque todos buscamos un equilibrio, sabemos y nuestra experiencia personal lo confirma, que la evolución y el progreso personal y profesional tienen que ver con el caos y el desequilibrio.
Surgen situaciones desestabilizantes o nuevos retos que, cuando son resueltos, nos abren a un futuro más exitoso.

Las opiniones o creencias que tenemos sobre las personas o asuntos que nos rodean son la raíz del sufrimiento humano. Todo sufrimiento está contenido en un envoltorio interpretativo donde el eje central lo ocupa el juicio, la interpretación personal que hacemos sobre lo que nos acontece.

El dolor es un fenómeno físico de origen biológico que afecta nuestro sistema nervioso. Me he golpeado y me duele. Mientras que el sufrimiento alude a un estado anímico, a un dolor del alma, que se produce en mayor o menor medida, dependiendo su intensidad de una determinada interpretación de un hecho.

Cuando una relación termina o alguien cercano fallece percibimos en nosotros una sensación dolorosa que identificamos con sufrimiento, este dolor no tiene su origen en algo biológico, aunque el sistema nervioso está comprometido en él, sino en la interpretación que cada uno de nosotros hace sobre el significado de estos hechos. Cómo interpretamos los hechos que nos acontecen, es directamente proporcional al sufrimiento que experimentamos.

El sufrimiento surge de la falta de visión global, se mantiene de los juicios parciales o erróneos que hacemos sobre las cosas y se multiplica donde hay estrechez mental. Cuando modifico la comprensión sobre aquello que me sucede, puedo encontrar un efectivo mecanismo para aliviar o curar el sufrimiento. El sufrimiento desaparece cuando la rigidez mental, la intolerancia a la que se aferran algunas personas, es sustituida por un intenso deseo de abrir su mente a nuevas visiones y aprendizajes.

El ser humano que logra acceder a todo su potencial de libertad, es aquel que somete su existencia al rigor de la autenticidad, que aprende a enjuiciar los juicios, a evaluar las evaluaciones, a examinar los valores que encuentra en la mano. Ello le obliga a trascender muchas de las formas de pensamiento heredadas que fijan la demarcación entre el bien y el mal, y toma la responsabilidad de crear esa demarcación nuevamente para sí. El ser humano libre es aquel que ha sometido sus valores a juicio crítico y puede concluir que sus juicios le pertenecen a él y no él a sus juicios.

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